¿Qué recuerdos tiene de su infancia?
Añorada y a la vez difícil, el pueblo en el que crecí era muy pobre y vivía constantemente asediado por los numerosos enemigos de la joven Polonia. Mi padre era un comerciante humilde y mi madre una costurera, ambos se ganaban la vida en el día a día, no podían darse el lujo de pensar en el futuro, era sobrevivir paso a paso. Tenía otras dos hermanas Aleska y Janica, yo nunca fui la más querida ni a la que más atención prestaban. Pero tengo lindos recuerdos, había gallinas y un rio, más bien un pequeños lago en el que siempre mojaba mis pies. Quizás a esa edad no lo entendía pero tenía todo para ser feliz.
¿Podría relatar cómo fue que el Ejército Nazi la secuestró?
Fue Septiembre de 1939, parece mucho tiempo atrás pero todavía lo recuerdo como si hubiera sido ayer. Yo estaba en casa como cualquier otro día, pero mi hermana Janica no se encontraba. A ella le gustaba pasear pero por aquel entonces regia un toque de queda establecido por el Ejército Nazi, que impedía a los ciudadanos deambular por las calles a últimas horas de la tarde. Estábamos por cenar, cuando tocaron la puerta, eran unos soldados de aspecto extraño, me acuerdo que la forma en que tenían peinado el bigote me hizo reír. Mi padre hizo frente a los soldados que lo ultimaron a llevarse prisionera a Janica, de fondo escuche a mama romper en llanto. Janica se reía, creo que de los nervios. Mi otra hermana, Aleska no decía nada, parecía ausente. Parte de esa conversación entre papa y los soldados se borró de mi memoria, pero me acuerdo que en un momento el volteó hacia mí y los soldados se acercaron y me tomaron a la fuerza. Es espantoso, pero mi propio padre me entrego a los nazis, me cambio por mi hermana ya que ella era la favorita. Después de eso, me llevaron a un tren, yo no entendía nada, me acuerdo del viaje como si hubiera duraba cien horas. Había otros, pero no hable con nadie. No podía creer que lo que me estaba sucediendo. No recuerdo mucho más de ese momento, es como si se hubiera borrado. Si puedo decirte que en el momento en que llegue los soldados nos despojaron de todo, la ropa, nuestras pertenencias, incluso de mi propia identidad. Ya no tenía nombre allí, solo era un número.
Y el día a día en el Campo de Exterminio, ¿cómo fue?
Insufrible. Mi primera noche en el campo, era interminable, no pude dormir nada. No dejaba de preguntarme “¿Por qué?”. Las otras prisioneras hacían crujir las maderas de las barracas, eran muy duras realmente, nadie podía conciliar un sueño sano allí. Yo había sido designada a las labores de la cocina, y aunque no sabía cocinar, allí tuve que aprender a la fuerza. Cocinar para cientos de soldados, dotaciones muy grandes de personas. Me recuerdo a mí misma como a un fantasma, flotaba por ese lugar pero es como si no tuviera alma, no sentía nada. Fue entonces cuando las primeras versiones empezaron a correr, las cosas que escuche decir, que a los prisioneros viejos los asesinaban porque no servían para hacer los trabajos, que se hacían experimentos con ellos, que los habían llevado a otro lugar, incluso que el humo que salía de las chimeneas eran ellos quemándose. Para mí los días pasaban como si nada, no tomaba conciencia ni del tiempo que pasaba, es que los dolores corporales que sentía y el hambre eran terribles. Seguir viviendo así, atormentada por la incertidumbre de las cosas que se escuchaban en el campo, de los famosos hornos o las cámaras de gas…. Era lo mismo vivir que morir, yo quería que terminara. Entonces un día, los Nazis perdieron la guerra, y los prisioneros de Auschwitz, los pocos que quedábamos, fuimos liberados. Ya no había llanto, o sí lo había, pero de alegría, de reencuentro con las familias, de alivio por el fin de la tortura, por el retorno de la vida. Por primera vez en muchísimo tiempo, sonreí.
¿Cómo fue vivir post – guerra?
Difícil, cuesta arriba diría. El encierro para mí fue horrible, todo por lo que pase para estar hoy aquí, no tiene palabras. Aun si quisiera, no podría describirlo, es algo con lo que se aprende a vivir. Después de ser liberada, no había una sola noche en la que no reviviera en mis sueños todos los horrores que vi, escuchaba sus voces, la de los prisioneros que morían de hambre, y los quejidos de los prisioneros que sufrían los terribles dolores del trabajo forzado. Aún están en mi cabeza todo el tiempo, en este momento, los escucho. Cuando la guerra termino el mundo tomó otro color, la que era mi familia es la misma que me entregó, ya no podía volver con ellos. Me subí a un barco con rumbo a Italia donde conocí al hombre que me acompañó todo el resto de mi vida. Allí nos casamos y permanecimos dos años, luego decidimos venir a Argentina y aquí formamos una bella familia con dos hijos, y el doble de nietos.
¿Cómo vivió la Guerra Malvinas en Argentina?
Desesperada. Para mí fue como volver a revivir todo lo que había pasado en el campo de concentración nazi, no sabía en qué momento iban a tirar mi puerta abajo y venir por mí, todo el tiempo me sentía prisionera otra vez. Las cosas que pasaron en este país fueron terribles y dolorosas, los soldados que dieron su vida y las familias de ellos que gritaban al enterarse de sus pérdidas. Una experiencia como la mía, en el campo de concentración no es fácil de olvidar ni de dejar atrás, cualquier cosa me hacía revivirlo, y aunque la guerra de Malvinas no se compara en lo más mínimo, lo padecí. Pase seis días internada en el hospital porque me dio un pico de presión, todo lo que pasaba en ese momento no me dejaba en paz, mi cuerpo lo resentía. Mi esposo estaba conmigo todo el tiempo, tomando mi mano, estoy segura (aunque él no me lo diga) que pensó que no sobreviviría.
¿Qué apreciación le merece la actualidad comparado con lo que vivió?
Distinta afortunadamente, en la era tecnológica de los jóvenes, es otro tiempo, no tiene comparación, pero puedo decir que muchísimo más tranquila. Vivo el momento rodeada de afectos, las cosas que me gustan hacer, disfrutar a mis nietos, verlos crecer y formarse. Todo tuvo una razón de ser en mi vida, todo paso por algo.
¿Qué enseñanza le dejó la experiencia en el Campo?
Muchos piensan: ¿Qué se puede aprender de un lugar así? Yo aprendí muchas cosas, entre ellas que la familia es solo un nombre. La familia la define uno mismo. Mi familia de sangre me entregó, fue como si hubieran firmado mi sentencia de muerte, aunque afortunadamente sobreviví, pero muchos no lo consiguieron. Familia es la que tengo ahora, dan todo por mi bienestar y yo por el de todos.
Juana Weglarz compartió sus experiencias y expuso una historia de vida significativa marcada por los horrores vividos en el Campo de Concentración Nazi para demostrar que se puede seguir adelante convirtiéndose en un ejemplo de vida.
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